viernes, 7 de noviembre de 2014

martes, 26 de febrero de 2013

Humanidades digitales. ¿Añejo vino en odres nuevos?

Durante las últimas semanas en el casillero de entrada del correo y en la línea de tiempo (TL) de mi cuenta en Twitter han ido apareciendo, como hongos tras la lluvia, mensajes, noticias y comentarios sobre las Humanidades Digitales (también se puede encontrar bajo la forma Humanística digital). La verdad es que sobre las Digital Humanities me llegan notas asiduamente desde principios de 2011, tras la convención de la Modern Language Association de ese año, en la que hubo una sesión titulada The Institution(alization) of Digital Humanities y que dio pie al grueso volumen Debates in the Digital Humanities (Minneapolis: University of Minnesota Press, 2012). Todo este jaleo parte de un artículo de William Pannapacker, titulado «The MLA and the Digital Humanities» (The Chronicle of Higher Education, 28.12.2009), en el que decía que
the digital humanities seem like the first ‟next big thing” in a long time, because the implications of digital technology affect every field.
Mucho antes de leer este artículo de Pannapacker, ya había caído en mis manos el libro A Companion to Digital Humanities (editado por Susan Schreibman, Ray Siemens y John Unsworth. Oxford: Blackwell, 2004), por lo que las Digital Humanities eran para mí unas viejas conocidas. Por otra parte, muchos ya estábamos trabajando en las HD desde mucho antes de que se acuñara el término. El mismo Pannapacker lo reconoce en otro artículo posterior («Pannapacker at MLA: Digital Humanities Triumphant?», enero 2011)
they’ve been doing their thing for more than 20 years (and maybe even longer than that).
Y Katherine Hayles (How we Think: Digital Media and Contemporary Technogenesis. University of Chicago Press, 2012) nos recuerda que «The Digital Humanities have been around since at least the 1940’s» (p. 23), que es cuando Roberto Busa comenzó las labores del Index Thomisticus, un índice lematizado de las obras de Santo Tomás de Aquino, para lo que contó con la ayuda de IBM. Primero apareció en 56 tomos impresos y en la actualidad se puede consultar en línea. No es mi objetivo contar la historia de las humanidades digitales; es mucho más entretenido y completo el capítulo de Susan Hockey «The History of Humanities Computing» (A Companion to Digital Humanities), aunque hoy ya puede estar ligeramente desfasado.

La primera noticia que he podido encontrar en España (quizá haya muchas más) sobre las humanidades digitales, pero referidas a un aspecto que que hoy no se incluye —creo— dentro de las HD: la lingüística computacional, se remontan a 1966, a un monográfico que se dictó en el curso de la Escuela de Investigación Lingüística de la Oficina Internacional del Español (ABC, 29.12.1966). Años más tarde lo vuelvo a localizar en la tesis doctoral de Ramón Almela Pérez titulada ¿Qué es la lingüística computacional?: Teoría y práctica (Murcia: Universidad, 1979).

Según Juan Carlos Tordera Yllescas (El abecé de la Lingüística computacional. Madrid: Arco Libros, 2012), «la Lingüística computacional es una disciplina teórica que busca aplicaciones para nuestra sociedad» (p. 9) y es un ámbito que incluye subcampos como las tecnologías del habla, el análisis y generación del lenguaje o la traducción automática (p. 17). Dejemos la lingüística computacional porque es una área que, por el momento, no se integrará con las humanidades digitales pues, como dice Tordera Yllescas, no «se puede considerar al lingüista que utiliza en su quehacer diario un ordenador como un lingüista computacional» (p. 9), aunque hay voces que declaran que se deben aliar, pues a veces la lingüística computacional está más cerca de las HD de lo que algunos de sus practicantes están dispuestos a admitir. 

A mediados de los años 1980 empiezan a aparecer algunos artículos en español sobre la metodología informática para la edición de textos (quiero recordar que parte de mi tesis doctoral, defendida en 1983, la hice con un pequeño ordenador personal —casi un juguete visto desde hoy— para el que hube de escribir el programa). Por entonces se comenzó a hablar de la filología informática y, un poco más tarde, de informática y humanidades que es, precisamente, el título de un libro F. Marcos Marín (Madrid: Gredos, 1994).

A finales de la década de 1980, es cuando los ordenadores personales (los famosos PC) comienzan a popularizarse y a ser relativamente frecuentes en las facultades "de letras". En esos momentos es cuando, por ejemplo, se funda en la Universidad Autónoma de Barcelona el Seminario de Filología e Informática, cuyo resultado más reciente es la edición en CD-ROM del Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico de J. Corominas y J. A. Pascual (Madrid: Gredos, 2012); y algo anterior es el libro Filología e informática: Nuevas tecnologías en los estudios filológicos (Bellaterra: UAB, 1999). Pero dejémonos de historias.

El nombre Humanidades Digitales se remonta a principios del siglo XXI, cuando la editorial oxoniense Blackwell (hoy parte de Wiley) prepara el volumen A Companion to Digital Humanities. De la historia del nacimiento de este término (buzzword), que ha tenido fortuna, da cuenta Matthew Kirschenbaum:
The real origin of that term [digital humanities] was in conversation with Andrew McNeillie, the original acquiring editor for the Blackwell Companion to Digital Humanities. We started talking with him about that book project in 2001, in April, and by the end of November we’d lined up contributors and were discussing the title, for the contract. Ray [Siemens] wanted “A Companion to Humanities Computing” as that was the term commonly used at that point; the editorial and marketing folks at Blackwell wanted “Companion to Digitized Humanities.” I suggested “Companion to Digital Humanities” to shift the emphasis away from simple digitization.

Definición

Pero… ¿qué son realmente las Humanidades digitales (Digital Humanities) o la Informática humanística (Humanities Computing)?

El reciente libro de Anne Burdick, Johanna Drucker, Peter Lunenfeld, Todd Presner y Jeffrey Schanpp, Digital_Humanities (MIT Press, 2012) ofrece una definición muy restrictiva de lo que se ha de entender por humanidades digitales y por un humanista digital. Para ellos,
the practice of digital humanities cannot be reduced to doing the humanities digitally (p. 101)
e insisten en ello en Short Guide to Digital Humanities (pp. 121–136 de Digital_Humanities) cuando dicen:
The mere use use of digital tools for the purpose of humanistic research and communication does not qualify as Digital Humanities. (p. 121)
Es decir, no vale con ser un humanista (filolólogo en mi caso) digitalizado. Esto se lo ha reprochado Franco Moretti en un reciente artículo (5.2.2013) de Uncomputing (Building and (Not) Using Tools in Digital Humanities). Sin embargo, en digital.humanities@Oxford (nació entre el verano de 2010 y el de 2011, cuando de TEI@Oxford Summer School se convirtió en Digital Humanities at Oxford Summer School) entienden que las Humanidades Digitales son la
research that uses information technology as a central part of its methodology, for creating and/or processing data.
investigación que utiliza la tecnología de la información como parte central de su metodología para crear y/ procesar datos.
Creo que esta es la definición que mejor cuadra, y en la que debemos centrarnos, pues el número de definiciones es amplio, tanto que en 2009 la Universidad de Alberta abrió una wiki titulada How do you define Humanities Computing / Digital Humanities? dentro de una actividad anual que llaman Day of the DH.

Pero para ser humanistas digitales (HD/DHer) primero tenemos que ser investigadores digitales (ID/DS). ¿Qué es es lo que hace que un investigador sea digital y otro no lo sea? La mejor exposición de qué es un investigador digital es la que presenta Martin Weller su magnífico libro The Digital Scholar: How technology is Transforming Scholarly Practice, que ya he reseñado someramente. Básicamente se reduce un abordar la investigación con enfoque digital, abierto y en red («a digital, networked, open approach»), en el que no se ha de tener miedo a experimentar y a equivocarse, porque en el camino se aprende.


Quiero recordar, antes de finalizar, que las humanidades digitales (o informática humanística) comenzaron entre la gente de lengua y literatura, pero pronto se extendieron a otros ámbitos “de letras” y de las ciencias sociales, por lo que no es una parcela exclusiva de ninguna especialidad ni de ninguna lengua; su rasgo principal es la multidisciplinariedad, la transdisciplinariedad y el multilingüismo y está, como todo lo abierto, contra los localismos.

Las humanidades digitales es un ámbito en plena efervescencia y, como todo lo (aparentemente) novedoso, propenso al alboroto. Ya hay quien no cree que deba hablarse de Digital Humanities sino de las Digital Liberal Arts (W. Pannapacker, Stop Calling It 'Digital Humanities' —18.2.2013—; Rafael Alvarado Start Calling it Digital Liberal Arts —19.2.2013)pero esto es añadir, creo, más ruido.

En fin, al contrario que Pannapacker, no me he sentido como Rip van Winkle sino como Monsieur Jourdain, de ahí el subtítulo de este artículo —parte de un verso de Menéndez Pelayo y del que nace el nombre de una conocidísima colección española— ¿Añejo vino en odres nuevos?

jueves, 31 de enero de 2013

Eduroam (en internet sin mendigar claves)

En septiembre de 2011 participé en un congreso de literatura medieval y muchos participantes andaban como locos tratando de conectar sus teléfonos inteligentes, tabletas y portátiles a la red Wi-Fi de nuestros anfitriones. Andaban a la busca y captura de alguien que les pudiera prestar (o soplar) las claves, sobre todo cuando vieron que unos pocos accedíamos a internet en cualquier momento y sin usar nuestros planes de datos. Les contamos que hacíamos uso de Eduroam (Education Roaming), un sistema de itinerancia que permite conectarse a la red Wi-Fi de cualquier universidad española o europea (ha comenzado a difundirse a los EEUU, pero está en fase de prueba) con nuestras propias claves. Mira este simpático vídeo; te contará en poco más de un minuto qué es Eduroam.



Lo estrené en Oxford durante un curso de Humanidades Digitales (coincidió con la final del mundial de fútbol de Sudáfrica) y después lo he usado en Louvain-le-Neuve, en París y en varias universidades españolas; incluso me conectaba con tan solo pasar por los alrededores del edificio (lo comprobé las navidades pasadas en la calle Alberto Aguilera de Madrid).

Solo he encontrado una pega: no puedo mandar mensajes con el gestor de correo de mis dispositivos; quizá sea un precaución de seguridad de mi universidad cuando estoy en otra, porque cuando me muevo de un edificio a otro o de un campus a otro dentro de mi universidad no tengo problema alguno.

Es un sistema muy sencillo de instalar, especialmente en el ecosistema Apple (tan solo necesitas un script autoinstalable que te debe proporcionar el servicio de informática de tu universidad). En Windows y Androide es un pelín más complicado, pero todas las universidades ofrecen información detallada sobre cómo instalarlo. Búscalo en la web o en el servicio de tecnologías de la información y comunicación (TIC) de tu universidad. Una vez que lo hayas configurado, usarlo es tan sencillo como encender el portátil o activar el teléfono inteligente o la tableta: estás conectado a internet permanentemente y con acceso total.

viernes, 25 de enero de 2013

Docencia e investigación digital: tres libros

Las pasadas navidades leí tres libros sobre el mundo digital, concretamente sobre las no tan nuevas TIC y su aplicación al ámbito académico. No se trata de libros técnicos, sino de libros con el usuario en mente que pretenden hacer reflexionar sobre las posibilidades que ofrece la red. Curiosamente, todos están impresos, aunque dos tienen versiones digitales (solo uno lo he leído en formato digital). La lectura de todos ellos ha sido muy interesante y estimulante y me ha abierto varias líneas de pensamiento y exploración.



El primero que he leído ha sido el libro de Daniel CassanyEn_línea: leer y escribir en la red (Barcelona: Anagrama, 2012). Se lo recomiendo vivamente a quien quiera tener una visión general del mundo digital y cómo se aborda la lectura y la escritura en internet y su influencia en la enseñanza secundaria, pero aprovechable para la superior. Tiene ideas y datos muy esclarecedores. Al tratarse de un libro sobre la red esperaba que estuviera lleno de direcciones de internet en las que ampliar, documentar, consultar e ilustrar lo dicho por el autor. Sin embargo, el autor renunció a ellas y sugiere que su libro se debe leer con un ordenador a mano:

renuncio a incluir los vínculos electrónicos; son largos, complejos e insensibles sobre el papel. Es fácil encontrarlos en la red con un buscador, con un nombre propio o una palabra clave. Éste es un libro para leer con un ordenador al lado e ir buscando cada referencia (Cuadro 1, pág. 20)

Me parece perfecta esta posición, pero no es la mejor. Es complicado leer y teclear a la vez en busca de cada referencia que me ha llamado la atención. Exclama Cassany: «¡A ver cómo envejece este libro!» (p. 19). Creo que ya tiene la respuesta: ha nacido viejo. Un libro sobre internet, que muestra las grandes ventajas de estar en línea, no puede ofrecerse en soporte analógico.



El segundo que he leído ha sido el dirigido por Mario TascónEscribir en internet. Guía para los nuevos medios y las redes sociales (Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2012). Este está dirigido al público en general y a otro más especializado, básicamente periodistas, que quiere o necesita escribir en internet, ya sea un mensaje electrónico, un tuit, un blog o todo un sitio web. Como el espectro es muy amplio, dividen el libro en dos grandes bloques: Uso cotidiano (pp. 31–249) y uso profesional (pp. 251–453). Este último, mucho más complejo y técnico, aunque algunos apartados amplían ideas presentadas en la primera parte (v. gr. «Escritura en pantalla, criterios», pp. 321–373).


La lectura de este libro, que se puede hacer secuencialmente o saltando de un punto a otro, según interese más una cosa u otra, me ha resultado altamente provechosa. Habría sido un libro mucho más manejable y útil si se hubiera incluido un índice analítico.

La sensación, magnífica, que he sacado de la lectura es que se ha escrito como si un de blog se tratara: apartados muy breves que en variado número conforman un capítulo que se cierra con un cuadro final en el que se ofrecen los consejos básicos para usar una u otra herramienta o cómo comportarse.

Al contrario que el libro anterior, no ha renunciado a la inclusión de direcciones de internet, pero acortadas (véase el artículo Acortar direcciones de internet), lo que las descarga de la complejidad de que habla Cassany (p. 20), pero no soluciona el problema de la consulta.

Este libro se ofrece también como ebook a través de varias plataformas (AmazonLa casa del Libro, iBookstore a través de iTunes). He tenido acceso al aperitivo que la editorial ha colgado en formato PDF, así como a las muestras que ofrecen tanto Amazon como iTunes. Ninguna de las tres ofrece la misma cantidad de texto. El PDF descargado desde la editorial permite leer hasta la página 23; la versión Kindle para iPad hasta el primer párrafo de la página 58; la versión para tabletas Androide hasta el final del primer párrafo de la página 59; la versión iTunes llega hasta el final del primer párrafo de la pág. 51. ¡Curioso! (o bizarro, como dice el mismo Tascón [p. 193]).

Las versiones ebook (no puedo incluir en este apartado el fragmento en PDF pues no ofrece ejemplo alguno) permiten pulsar sobre los enlaces y acceder directamente a la información a la que los autores hacen referencia. Esa es una de las grandes ventajas de los formatos digitales: el acceso inmediato al hiperenlace. Lo que no tenía, en cambio, ninguna de esas versiones es la posibilidad de cortar un fragmento que me interesara; tan solo me permitieron subrayar o resaltar el pasaje. Una pena, seguimos en el mundo analógico: las notas se hacen a mano, aunque sea con un teclado (después no hay quien las extraiga: otro ¡fallo? de los sistemas de protección).

Un aspecto que comparten tanto el libro de Cassany como el de Tascón, que no me ha gustado nada, son los cuadros con fondo gris y letra diminuta. Quizá estén para evitar el fotocopiado, pero me ha costado mucho leer esas páginas que en el caso de Escribir en internet recogen los consejos, claves, recomendaciones que cierran cada capítulo (el vademécum del libro) y el «Vocabulario básico: términos imprescindibles» (pp. 457–495) en el que la columna del lema tiene un fondo gris (de intensidad variable) y letras grises, con lo que la lectura se hace con un fondo tricolor: gris oscuro (lema), fondo claro (dos tercios de la definición) y fondo grisáceo, por transparencia (tercio restante de la definición). Las muestras electrónicas del libro de Tascón no incluyen ninguno de esos cuadros finales (el primero aparece en la pág. 61) ni del vocabulario, por lo que no puedo evaluar si tiene contraste suficiente.


El tercer libro nació digital y se distribuye digitalmente (gratis), aunque tiene versión analógica sobre papel. Se trata del libro del profesor británico Martin Weller titulado The Digital Scholar: How Technology is Trasnforming Scholarly Practice (Bloomsbury Academic, 2011). Hay que leerlo en la red, no ofrece una versión descargable (existe versión Kindle en Amazon), pero con un poco de ingenio se puede transformar al formato ePub y leerlo con facilidad en una tableta (yo lo hice en un iPad).


La lectura de este libro por medio de iBook (la aplicación e-reader del iPad) me ha permitido no solo acceder a las referencias que cita el autor (de una manera peculiar: al ser un montaje para mi comodidad, cada vez que pulsaba sobre una referencia, esta me llevaba a la Bibliografía en la web de Bloomsbury Academic y desde ahí saltaba al sitio de internet adecuado), sino también subrayar, cortar los pasajes que me han interesado, copiarlos en las notas y exportarlas para usarlas cuando sea menester. ¡He ahí una manera magnífica de sacar partido a los lectores electrónicos! He de añadir que al leerlo, si tenía algún problema con el léxico, bastaba con pulsar sobre la palabra e inmediatamente aparecía la definición del término. ¡Excelente ayuda!

La tesis básica del libro parte de que en industrias como las de la música y la prensa se han producido cambios radicales en sus modelos de negocio como resultado de las nuevas tecnologías, punto que desarrolla en el tercer capítulo. Sin embargo, la enseñanza superior se ha resistido hasta ahora a esos grandes cambios. A pesar de ello, se están produciendo cambios graduales pero fundamentales en el mundo universitario e investigador.

Weller presenta y analiza cuáles son esos cambios, qué implicaciones pueden tener en la enseñanza superior, cuáles son las posibilidades que abren esas nuevas formas en la práctica docente y qué lecciones pueden extraerse de lo acontecido en las industrias musical y periodística. Por eso afirma que es «important to engage with a digital, networked, open approach» puesto que «[t]he opportunities for experimentation and finding new ways of teaching a subject, or engaging in research or disseminating knowledge, are therefore much richer and, given the ease of use, greatly democratised» y así «new genres of scholarship and dissemination are occurring in every field».

Sin embargo, avisa de la resistencia que las agencias de calificación ofrecen a la hora de reconocer la investigación digital pues «[a]ssessing quality in a reliable and transparent manner is a significant problem in the recognition of digital scholarship, and its intangibility and complexity are enough to make many give up and fall back on the practices they know and trust».

A pesar de los escollos, una de las conclusiones a las que llega es que la « digital scholarship […] constitutes valid scholarly activity and is not merely an adjunct to the tradicional approaches», pero hay que tener en cuenta que la tecnología no debe considerarse como una panacea.

viernes, 11 de enero de 2013

Conectados (casi) siempre

El verano pasado una colega de la universidad me preguntó acerca de los pinchos USB para poder conectar su netbook durante las vacaciones. Le dije que no le hacía falta, que su teléfono inteligente (smartphone), un pequeño Galaxy, podía cumplir las funciones del modem USB por el que me interrogaba. Tardé cinco minutos en configurar y conectar su netbook a la red por medio del teléfono (la mayor parte del tiempo lo empleamos en arrancar el netbook).

Esta funcionalidad se llama tethering y hasta no hace mucho solo podía hacerse con los teléfonos de gama alta.


Configurar y activar el móvil


Para facilitar las instrucciones incluyo dos vídeos: uno para los iPhone y otro para los teléfonos Androide (espero que no desaparezcan).

En los iPhone (desde el iPhone 4 e iOS 4.3 o superior)



En los Androide (desde la versión 2.2) es un poco más complicado, aunque no mucho (¡ojo! cada fabricante de teléfonos puede usar palabras ligeramente diferentes a las que aparecen en el vídeo).


Enlazar el ordenador

Una vez que el teléfono está activado como punto de acceso a internet (quizá te suene el término Hotspot) se puede conectar a él cualquier dispositivo Wi-Fi. Si ya te has conectado a alguna red Wi-Fi fuera de casa o de la facultad (en una cafetería, en un bus, en una biblioteca, en un hotel,…) seguro que ya sabes cómo hacerlo. El nombre de la red (SSID) será el del teléfono (iPhone de …; en los Androide no hay nombre fijo ni por defecto porque depende de cada fabricante, pero al activar la función podrás verlo). 

Por cierto, ¿sabes cómo conectarte a la red Wi-Fi de otra universidad española o europea sin tener que mendigar claves? Próximamente en esta página.

Penúltima hora: Los netbook desaparecen del mercado.

viernes, 4 de enero de 2013

Buscar dentro de un PDF


La gran mayoría de los PDF actuales se pueden explorar, cortar y pegar (salvo que sus editores hayan restringido estas posibilidades). Sin embargo, muchos otros son una fotocopia electrónica del original y solo podemos leerlos. Esto ocurre sobre todo en las colecciones retrospectivas de muchas revistas y en algunos de los libros que podemos consultar y bajar de sitios como Google Books, Gallica, Internet ArchiveBiblioteca Digital Hispánica. Lo mismo sucede si se escanea un libro, una revista o un periódico: tan solo tenemos una imagen del texto.

La prueba para saber si un PDF es una serie de imágenes empaquetadas en un fichero o si podemos hacer búsquedas en él es sencilla. En Adobe Reader (que es la aplicación que todos tenemos en nuestros ordenadores) hay que pulsar el ratón sobre una página; si se torna azul, entonces es un gráfico (una fotografía electrónica). Otra prueba para confirmarlo es buscar (control F / cmd F) una palabra que sepamos que se encuentra en el PDF. Si la respuesta es No se encontró ninguna coincidencia, entonces es un gráfico (salvo que le hayamos pedido que busque algo que realmente no está).

Si el PDF que nos interesa es una serie de gráficos, es fácil convertirlo en otro en el que se puedan hacer búsquedas, cortar y copiar (cuando cortes y pegues del trabajo de otro acuérdate de citarlo adecuadamente –insistiremos sobre el tema–). Dependiendo del ordenador y del tamaño del PDF puede llevar desde unos pocos segundos a un buen rato (para un libro de 207 páginas a mi iMac –del 2009– le llevó 12 minutos).

Para esta conversión hay que tener el programa Adobe Acrobat. No sirve el Acrobat Reader, lo que es un pequeño problema. Sin embargo, las universidades, por lo general, tienen licencias de campus y en alguna biblioteca o sala de informática habrá un ordenador con el programa bien instalado y en perfecto orden de funcionamiento, es decir, con su licencia correspondiente. Trabaja ahí; no te llevará mucho tiempo modificar los ficheros.

Una vez localizado el ordenador que cumple los requisitos, tan solo hay que abrir el PDF, pulsar en Documento > Reconocimiento de texto OCR > Reconocer texto usando OCR Aceptar. (Si se tiene un lote de ficheros PDF que se quieren hacer explorables, entonces la opción que se ha de elegir es Reconocer texto en varios archivos usando OCR). Se puede establecer el Lenguaje primario de OCR, pero mi experiencia me ha demostrado que no merece la pena enredar demasiado en esos aspectos: una prueba con un libro multilingüe no produjo problemas.

Afinando el trabajo

Si queremos refinar nuestra labor con el PDF, podemos incorporarle los metadatos. Eso es algo que la mayoría de los editores de PDF olvidan (yo lo he olvidado en las actas de un congreso y todas las separatas informan de que soy su autor. ¡Horror!). De nuevo es algo sencillo de solucionar.

Dentro de Adobe Acrobat se pulsa Archivo > Propiedades. Cuando se abre la ventana de Propiedades del Documento hay que hacer clic en la pestaña Descripción.
Propiedades de un PDF sin la información de Título, Autor, Asunto ni Palabras clave
Ahí conviene cumplimentar los datos referentes al Título, el Autor y las Palabras clave. En Asunto recomiendo introducir la información referente a la publicación (datos de la revista o del libro del que procede)
El mismo fichero con los datos incorporados
Lo fundamental de estos metadatos es que hacen que el fichero deje de ser un PDF indocumentado, lo cual tiene ventajas posteriores, especialmente si se incorpora a un gestor de PDF como Mendeley o Papers.

La utilidad más aparente es dentro del navegador de Windows, pues tan pronto como se pose el ratón sobre el nombre del fichero, se abrirá un globo rectangular con la información (autor, flecha roja; título, flecha azul; información bibliográfica (asunto), flecha violeta), con lo que veremos a simple vista si es el fichero que buscamos o no.


lunes, 24 de diciembre de 2012

Libreta electrónica

Cuando compré mi primera tableta, anduve en busca de un programa que me permitiera escribir con facilidad en ella. Como todavía estaba muy verde con el nuevo dispositivo, creí que lo que debía conseguir era una versión aligerada de un procesador de textos. Una de las características que le exigí era notas a pie de página (¡ahí va el filólogo!). Así, en mi primera compra de apps (abreviatura de application 'programa') para mi flamante iPad, adquirí DocsToGo. Apenas lo he usado porque no merece la pena. Buscaba algo que me permitiera tomar notas y que a la vez pudiera depositarlas en Dropbox, mi centro de sincronización (sigue siéndolo), y encontré Compositions. Era el tipo de app que buscaba: sencilla, elemental y que pudiera usarla tanto desde el iPhone como desde el iPad y también, por supuesto, desde los ordenadores que utilizo habitualmente; además, se llevaba bien con Dropbox. Era tremendamente sencilla, tanto como el bloc de notas que trae de serie Windows, o como la app Notas del iPad. Con él he funcionado durante casi un año, pero no me convencía del todo.

Tiempo atrás había instalado en mis navegadores el web clipper Evernote. Este add-on me permitía, con un simple clic, guardar memoria (de ahí la cabeza de elefante del logotipo) de las páginas por las que había pasado y que me interesaban, pero no tanto como para tenerlas entre mis páginas favoritas. No le di más utilidad a esta aplicación.

A principios de verano estuve a jugueteando con Evernote y descubrí que era un potentísimo cuaderno de notas que podía suplir con gran eficacia mis viejas libretas. No solo me permite tomar notas cuando leo, sino que esas notas pueden llevar algunos efectos gráficos (cursivas, negritas, subrayados, tachadoresaltado) y de disposición textual: listas numeradas y sin numerar, párrafo normal, cita o encabezados de sección y subsección. Un pequeño procesador de textos para tomar notas con funciones que van mucho más allá, como notas de voz, fotografías o web clipper.
Evernote en un iPhone

La versión Freemium es limitada porque solo permite subir 60 MB de datos al mes y porque no se puede trabajar off-line (ya sea Wi-Fi o 3G), pero ¿quién escribe más de 60 MB de notas al mes? Si se trata de notas de voz o fotografías, es evidente que habrá problemas de espacio (o volumen), pero para el uso normal de un investigador "de letras" creo que es suficiente.

Desde que descubrí que Evernote era algo más que un web clipper, se ha convertido en mi Moleskine™ de bolsillo (tanto en el iPhone como en el iPad), así que ahora tengo que reprimir mis instintos de compra cuando voy a las librerías y veo los distintos modelos de Moleskine. También lo tengo abierto en mi ordenador para tomar notas cuando leo en la red o estoy escribiendo en el procesador de textos y me surge una nueva idea que no quiero perder. Y si no estoy en mi ordenador sino en uno de una biblioteca, puedo acceder por medio de un navegador cualquiera.

Este artículo lo comencé en el iPad, he corregido algunas cosillas en el iPhone, lo he probado antes de rematarlo en un teléfono (Huawei) y en una tableta (Galaxy Tab2 de 7") Androide y funciona perfectamente. Evidentemente, escribir en un teléfono es un tormento, pero solo lo utilizo para tomar notas, no para escribir toda una tesis. Evernote no valdría para escribir una tesis, como tampoco me serviría una Moleskine o cualquier otro cuaderno.